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Conferencia
pronunciada por Calvino en inglés, el 29 de marzo de 1983, para los
estudiantes de la Graduate Writing División de la Columbio University de
Nueva York
En Las ciudades invisibles no se
encuentran ciudades reconocibles. Son todas inventadas; he dado a cada
una un nombre de mujer; el libro consta de capítulos breves, cada uno de
los cuales debería servir de punto de partida de una reflexión válida
para cualquier ciudad o para la ciudad en general.
El libro nació lentamente, con intervalos a veces
largos, como poemas que fui escribiendo, según las más diversas
inspiraciones. Cuando escribo procedo por series: tengo muchas carpetas
donde meto las páginas escritas, según las ideas que se me pasan por la
cabeza, o apuntes de cosas que quisiera escribir. Tengo una carpeta para
los objetos, una carpeta para los animales, una para las personas, una
carpeta para los personajes históricos y otra para los héroes de la
mitología; tengo una carpeta sobre las cuatro estaciones y una sobre los
cinco sentidos; en una recojo páginas sobre las ciudades y los paisajes
de mi vida y en otra ciudades imaginarias, fuera del espacio y del
tiempo. Cuando una carpeta empieza a llenarse de folios, me pongo a
pensar en el libro que puedo sacar de ellos.
Así en los últimos años llevé conmigo este libro de
las ciudades, escribiendo de vez en cuando, fragmentariamente, pasando
por fases diferentes. Durante un período se me ocurrían sólo ciudades
tristes, y en otro sólo ciudades alegres; hubo un tiempo en que
comparaba la ciudad con el cielo estrellado, en cambio en otro momento
hablaba siempre de las basuras que se van extendiendo día a día fuera de
las ciudades. Se había convertido en una suerte de diario que seguía
mis humores y mis reflexiones; todo terminaba por transformarse en
imágenes de ciudades: los libros que leía, las exposiciones de arte que
visitaba, las discusiones con mis amigos.
Pero todas esas páginas no constituían todavía un
libro: un libro (creo yo) es algo con un principio y un fin (aunque no
sea una novela en sentido estricto), es un espacio donde el lector ha de
entrar, dar vueltas, quizás perderse, pero encontrando en cierto
momento una salida, o tal vez varias salidas, la posibilidad de dar con
un camino para salir. Alguno de vosotros me dirá que esta definición
puede servir para una novela con una trama, pero no para un libro como
éste, que debe leerse como se leen los libros de poemas o de ensayos o,
como mucho, de cuentos. Pues bien, quiero decir justamente que también
un libro así, para ser un libro, debe tener una construcción, es decir,
es preciso que se pueda descubrir en él una trama, un itinerario, un
desenlace.
Nunca he escrito libros de poesía, pero sí muchos
libros de cuentos, y me he encontrado frente al problema de dar un orden
a cada uno de los textos, problema que puede llegar a ser angustioso.
Esta vez, desde el principio, había encabezado cada página con el título
de una serie: Las ciudades y la memoria, Las ciudades y el deseo, Las ciudades y los signos ; llamé Las ciudades y la forma a
una cuarta serie, título que resultó ser demasiado genérico y la serie
terminó por distribuirse entre otras categorías. Durante un tiempo,
mientras seguía escribiendo ciudades, no sabía si multiplicar las
series, o si limitarlas a unas pocas (las dos primeras eran
fundamentales) o si hacerlas desaparecer todas. Había muchos textos que
no sabía cómo clasificar y entonces buscaba definiciones nuevas. Podía
hacer un grupo con las ciudades un poco abstractas, aéreas, que terminé
por llamar Las ciudades sutiles.
Algunas podía definirlas como Las ciudades dobles ,
pero después me resultó mejor distribuirlas en otros grupos. Hubo otras
series que no preví de entrada; aparecieron al final, redistribuyendo
textos que había clasificado de otra manera, sobre todo como "memoria" y
"deseo", por ejemplo Las ciudades y los ojos (caracterizadas por propiedades visuales) y Las ciudades y los intercambios , caracterizadas por intercambios: intercambios de recuerdos, de deseos, de recorridos, de destinos. Las continuas y las escondidas , en cambio, son dos series que escribí adrede ,
es decir con una intención precisa, cuando ya había empezado a entender
la forma y el sentido que debía dar al libro. A partir del material que
había acumulado fue como estudié la estructura más adecuada, porque
quería que estas series se alternaran, se entretejieran, y al mismo
tiempo no quería que el recorrido del libro se apartase demasiado del
orden cronológico en que se habían escrito los textos. Al final decidí
que habría 11 series de 5 textos cada una, reagrupados en capítulos
formados por fragmentos de series diferentes que tuvieran cierto clima
común. El sistema con arreglo al cual se alternan las series es de lo
más simple, aunque hay quien lo ha estudiado mucho para explicarlo.
Todavía no he dicho lo primero que debería haber aclarado: Las ciudades invisibles se
presentan como una serie de relatos de viaje que Marco Polo hace a
Kublai Kan, emperador de los tártaros. (En la realidad histórica,
Kublai, descendiente de Gengis Kan, era emperador de los mongoles, pero
en su libro Marco Polo lo llama Gran Kan de los Tártaros y así quedó en
la tradición literaria.) No es que me haya propuesto seguir los
itinerarios del afortunado mercader veneciano que en el siglo XIII había
llegado a China, desde donde partió para visitar, como embajador del
Gran Kan, buena parte del Lejano Oriente. Hoy el Oriente es un tema
reservado a los especialistas, y yo no lo soy. Pero en todos los tiempos
ha habido poetas y escritores que se inspiraron en El Millón como en una escenografía fantástica y exótica: Coleridge en un famoso poema, Kafka en El mensaje del emperador , Buzzati en El desierto de los tártaros. Sólo Las mil y una noches puede
jactarse de una suerte parecida: libros que se convierten en
continentes imaginarios en los que encontrarán su espacio otras obras
literarias; continentes del "allende", hoy cuando podría decirse que el
"allende" ya no existe y que todo el mundo tiende a uniformarse.
A este emperador melancólico que ha comprendido que
su ilimitado poder poco cuenta en un mundo que marcha hacia la ruina,
un viajero imaginario le habla de ciudades imposibles, por ejemplo una
ciudad microscópica que va ensanchándose y termina formada por muchas
ciudades concéntricas en expansión, una ciudad telaraña suspendida sobre
un abismo, o una ciudad bidimensional como Moriana.
Cada capítulo del libro va precedido y seguido por
un texto en cursiva en el que Marco Polo y Kublai Kan reflexionan y
comentan. El primero de ellos fue el primero que escribí y sólo más
adelante, habiendo seguido con las ciudades, pensé en escribir otros.
Mejor dicho, el primer texto lo trabajé mucho y me había sobrado mucho
material, y en cierto momento seguí con diversas variantes de esos
elementos restantes (las lenguas de los embajadores, la gesticulación de
Marco) de los que resultaron parlamentos diversos. Pero a medida que
escribía ciudades, iba desarrollando reflexiones sobre mi trabajo, como
comentarios de Marco Polo y del Kan, y estas reflexiones tomaban cada
una por su lado; y yo trataba de que cada una avanzara por cuenta
propia. Así es como llegué a tener otro conjunto de textos que procuré
que corrieran paralelos al resto, haciendo un poco de montaje en el
sentido de que ciertos diálogos se interrumpen y después se reanudan; en
una palabra, el libro se discute y se interroga a medida que se va
haciendo.
Creo que lo que el libro evoca no es sólo una idea
atemporal de la ciudad, sino que desarrolla, de manera unas veces
implícita y otras explícita, una discusión sobre la ciudad moderna. A
juzgar por lo que me dicen algunos amigos urbanistas, el libro toca sus
problemáticas en varios puntos y esto no es casualidad porque el
trasfondo es el mismo. Y la metrópoli de los big numbers no
aparece sólo al final de mi libro; incluso lo que parece evocación de
una ciudad arcaica sólo tiene sentido en la medida en que está pensado y
escrito con la ciudad de hoy delante de los ojos.
¿Qué es hoy la ciudad para nosotros? Creo haber
escrito algo como un último poema de amor a las ciudades, cuando es cada
vez más difícil vivirlas como ciudades. Tal vez estamos acercándonos a
un momento de crisis de la vida urbana y Las ciudades invisibles son un sueño que nace del corazón de las ciudades invivibles.
Se habla hoy con la misma insistencia tanto de la
destrucción del entorno natural como de la fragilidad de los grandes
sistemas tecnológicos que pueden producir perjuicios en cadena,
paralizando metrópolis enteras. La crisis de la ciudad demasiado grande
es la otra cara de la crisis de la naturaleza. La imagen de la
"megalópolis", la ciudad continua, uniforme, que va cubriendo el mundo,
domina también mi libro. Pero libros que profetizan catástrofes y
apocalipsis hay muchos; escribir otro sería pleonástico, y sobre todo,
no se aviene a mi temperamento. Lo que le importa a mi Marco Polo es
descubrir las razones secretas que han llevado a los hombres a vivir en
las ciudades, razones que puedan valer más allá de todas las crisis. Las
ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de
un lenguaje; son lugares de trueque, como explican todos los libros de
historia de la economía, pero estos trueques no lo son sólo de
mercancías, son también trueques de palabras, de deseos, de recuerdos.
Mi libro se abre y se cierra con las imágenes de ciudades felices que
cobran forma y se desvanecen continuamente, escondidas en las ciudades
infelices.
Casi todos los críticos se han detenido en la frase
final del libro: "buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del
infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio". Como son
las últimas líneas, todos han considerado que es la conclusión, la
"moraleja de la fábula". Pero este libro es poliédrico y en cierto modo
está lleno de conclusiones, escritas siguiendo todas sus aristas, e
incluso no menos epigramáticas y epigráficas que esta última. Es cierto
que si esta frase se ubica al final del libro no es por casualidad, pero
empecemos por decir que el final del último capítulo tiene una
conclusión doble, cuyos elementos son necesarios: sobre la ciudad
utópica (que aunque no la descubramos no podemos dejar de buscarla) y
sobre la ciudad infernal. Y aún más: ésta es sólo la última parte del
texto en cursiva sobre los atlas del Gran Kan, por lo demás bastante
descuidado por los críticos, y que desde el principio hasta el final no
hace sino proponer varias "conclusiones" posibles de todo el libro. Pero
está también la otra vertiente, la que sostiene que el sentido de un
libro simétrico debe buscarse en el medio: hay críticos psicoanalistas
que han encontrado las raíces profundas del libro en las evocaciones
venecianas de Marco Polo, como un retorno a los primeros arquetipos de
la memoria, mientras estudiosos de semiología estructural dicen que
donde hay que buscar es en el punto exactamente central del libro, y han
encontrado una imagen de ausencia, la ciudad llamada Baucis. Es aquí
evidente que el parecer del autor está de más: el libro, como he
explicado, se fue haciendo un poco por sí solo, y únicamente el texto
tal como es autorizará o excluirá esta lectura o aquélla. Como un lector
más, puedo decir que en el capítulo V, que desarrolla en el corazón del
libro un tema de levedad extrañamente asociado al tema de la ciudad,
hay algunos de los textos que considero mejores por su evidencia
visionaria, y tal vez esas figuras más filiformes ("ciudades sutiles" u
otras) son la zona más luminosa del libro.
Esto es todo lo que puedo decir.
Italo Calvino
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